martes, 18 de agosto de 2015

Nadie es más que nadie.


Si comprendiésemos que nadie es más que nadie se solucionarían muchos problemas. Por un lado se terminaría con la arrogancia de los que desprecian a los otros con un fatuo complejo de superioridad; por otro, con el resentimiento y la insatisfacción, a veces llena de envidia, de personas acomplejadas y descontentas consigo mismas. En lugar de estas dos actitudes erróneas todas las personas deberían desarrollar la humilde sabiduría y la aceptación gozosa de las propias cualidades y debilidades, y el profundo y sincero respeto por las de las demás.
Muchas brechas sociales se podrían subsanar con este cambio de mentalidad, como por ejemplo el enfrentamiento entre intelectuales vs trabajadores manuales.
 Por un lado, entre muchas personas, que podríamos calificar como intelectuales por su formación y profesión, existe una soberbia que les hace menospreciar a aquellas que no pertenecen a su clase. Esta actitud demuestra una profunda ignorancia vital, el desconocimiento de las infinitas cualidades y capacidades que permiten realizar tareas absolutamente necesarias para el bien de la comunidad. La inteligencia abstracta es solo una parte de la asombrosa capacidad humana.

Po otro lado, entre los trabajadores manuales y artesanos, se da con frecuencia un sentimiento de resentimiento contra la clase “intelectual”. Por desgracia, no son pocos los episodios de revancha que se han dado a lo largo de la historia. Llevar gafas o no tener callos en las manos ha llegado a ser motivo de ser considerado un enemigo en algunos lamentables casos.

Si realmente entendiésemos que todas las personas poseen la misma dignidad, que todas son diferentes, valiosas y necesarias, los complejos de superioridad e inferioridad, igualmente dañinos, no tendrían cabida. Que cada uno se dedique a aquello para lo que está más capacitado: eso no es clasismo ni elitismo, es simplemente sentido común, y en el fondo auténtico respeto por la dignidad de todas las personas sea cual sea su oficio o profesión. No pretendamos que el zapatero nos opere de apendicitis, ni que el cirujano se dedique a hacer zapatos. Los necesitamos a los dos, los dos son valiosos, los dos dignos de todo respeto. Pero, como dice el refrán popular, “zapatero a tus zapatos”.

imagen: pontepalabras.blogspot.com

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